El Hayedo de Tejera Negra es el primer Parque Natural que se declaró en la provincia de Guadalajara. Con sus vecinos de La Pedrosa, en Segovia, y el de Montejo, en la comunidad de Madrid, en la linde con El Cardoso de la Sierra, acoge la masa más importante de hayas y robles en el sur de Europa. Ello es posible gracias al microclima que se da en este bosque aislado, caracterizado por veranos suaves y frescos, e inviernos muy duros, con nieve durante dos o tres meses. La superficie protegida después de su última ampliación, que data de 1987, es de 1.641 hectáreas.
Es noviembre el mes preferido para conocer Tejera Negra. Y es precisamente, ahora, cuando asistimos a los últimos días de un otoño que convierte al parque en un gran estallido de color. Las hojas de las hayas han tornado del verde al rojizo, las del roble al marrón, los brezales tienen un leve toque morado y el pino sigue de verde intenso, como siempre.
Tras pasar por el control de acceso al parque (los fines de semana es imprescindible reservar en Castilla-La Mancha) en unos cinco kilómetros habremos llegado al aparcamiento asignado, situado en una pradera de alta montaña junto al río Lillas. Desde allí saldremos hasta la senda más popular, la de Carretas (nombre que viene de las carretas que rodaban por ella en los tiempos del carbón vegetal), que tiene 6 kilómetros de recorrido, fácil, y nos llevará cerca de tres horas.
La primera parte del sendero, señalizado con postes blancos, nos llevará por la ribera del Lillas, seguramente el río más amoroso -con el Zarzas- de toda la provincia de Guadalajara. En sus aguas, límpidas, todavía nadan la trucha común y pequeñas especies, que sirven de alimento a las nutrias que sobreviven en estos afortunados parajes. Más difíciles de ver son los mirlos, lavanderas, patirrojos y chochines y no digamos un roedor, el musgaño de Cabrera, cuya especie ya es endémica. Nos desviamos del Lillas para pasar por un bosque de piñas pequeñas que dan de comer a las ardillas y abriga a pájaros insectívoros, rapaces y corzos.
Al llegar a la confluencia de un arroyo con el cauce del río Lillas y con el pico de La Buitrera (1.991 metros) como telón de fondo, la senda se desvía a la izquierda y pronto se convierte en un camino que nos adentra en un inmenso bosque de hayas. Muchas hojas han caído al suelo formando una mullida alfombra vegetal que es una delicia para la vista.
Junto al camino hay una réplica de una carbonera con un panel ilustrativo que nos relata esa laboriosa forma de fabricar carbón vegetal y que hace tiempo fue desterrada, por abrasiva. De hecho, las talas de madera en el parque están prohibidas, con la excepción de los ramoneos y entresacas que favorecen la salud del bosque. Aunque vemos por el camino ramas y árboles arrancados por las tormentas en espera de una difícil extracción.
Siguiendo Carretas, la senda empieza a empinarse en un tramo de poco más de un centenar de metros que nos conducirá a un mirador desde el que obtendremos una amplia visión de todo el entorno.
Continuando por la señalización, cruzaremos de bajada un arroyo por un puente de madera y muy pronto el camino vuelve a subir por una zona de hayas delgadas y estilizadas que buscan el sol y que a duras penas se abren paso entre las copas. A la izquierda encontraremos, señalizado, un magnífico ejemplar de tejo, árbol de madera muy resistente, que se utilizaba para fabricar arcos, y que puede llegar a vivir hasta 1.500 años.
Como el acebo- cuyos frutos rojos son típicos de postales y belenes navideños- está protegido por ser escaso y de crecimiento muy lento. Significar que existe el barranco de Tejera Negra, cuyo nombre se escogió para denominar a todo el parque natural, y que así se llamó porque llegó a tener muchos más tejos de los que sobrevivieron a la explotación maderera.
La senda llega hasta las proximidades del collado del Hornillo, que los más andarines pueden intentar y cuya ladera es todavía -aunque no por mucho tiempo- una paleta de color. También los más preparados podrán alargar el recorrido hasta el valle del río Zarzas y al citado barranco de Tejera Negra, un área pródiga en hayas, robles, abedules, servales y acebos.
Los que prefieran volver hacia el aparcamiento en una bajada que empieza en el cruce de ambos caminos (señalizado con pintura blanca y verde) y que atraviesa una zona de rocas, con abundante gayuba que recubra la ladera, pasando por un pequeño claro con grandes vistas panorámicas de la zona noroeste.
El camino nos llevará sin pérdida, dejando a la izquierda una pradera en la que pastan vacas, hasta el aparcamiento y desde allí cogeremos el coche hacia la entrada, junto al Centro de Interpretación, en el que nos ayudarán a satisfacer cualquier curiosidad sobre este paraje más propio del norte de Europa en una sierra que se alza entre las dos Castillas, entre Guadalajara y Segovia.