La labor de la institución, clave para recuperar la identidad de los pueblos
Hacer bolillos a la puerta de casa, fabricar una carraca en el taller o tejer una cesta junto a la fuente, que primero había que mojar los mimbres. ¿Cómo era la coplilla esa tan bonita que cantaba la tía Leona cuando venían los músicos? Los niños y niñas que han superado el medio siglo tal vez recuerden algún retazo de todo aquello. A veces ni eso. Quedó todo sepultado bajo montañas de ladrillo y plástico.
El éxodo del desarrollismo no solo vació el campo español, sino que desconectó también a los nuevos habitantes urbanos de su identidad cultural. Trasplantados del campo a la ciudad y carentes de la correa de la transmisión oral de sus mayores, perdieron canciones, juegos, instrumentos, saberes y oficios. Las raíces quedaron allá, olvidadas en la aldea. La despoblación, en Guadalajara, mostró toda su crudeza.
Dicen que luchar contra el olvido es mantener viva la esencia de lo que fuimos. A ello se dedica la Escuela Provincial de Folklore, dependiente de la Diputación de Guadalajara. La institución cumplió en 2024 cuarenta años, un tiempo en el que ha ido recuperando, cuidando y transmitiendo, como si fueran restos de un naufragio colectivo, un esmalte por aquí, un bordado por allá, un zoquete, un banco, una cesta, un juego de bolos de madera…
Afortunadamente, y a pesar de lo perdido, el trabajo de la Escuela dio sus frutos y, hoy en día, conserva mucho material. Comenzó su andadura impartiendo clases de música y baile, además de realizar un trabajo de campo que le llevó por los pueblos para recabar información. Había que rescatar cada conocimiento, cada saber, antes de que el inexorable paso del tiempo los hiciera desaparecer para siempre.
Hablar con la gente
Los profesores, apoyados por el propio alumnado, se encargaron de esta tarea. “Se acercaban a los pueblos a recuperar partituras, patrones, bailes, a fotografiar indumentarias para luego reproducirlas aquí” afirma Miguel Ángel Martínez, actual director de la institución “eso es lo que ha dotado a la escuela de un fondo documental que se ha completado con la adquisición bibliográfica, con grabaciones musicales, también de conversaciones con las gentes de los pueblos”
De la conservación, restauración y labores de mantenimiento de todo el material se encarga el propio profesorado de la institución, de forma que esté disponible para aquel que lo desee. “Todo esto se puede consultar, está abierto a estudiantes e investigadores” recalca Martínez.
Por otro lado, la Escuela realiza una importante labor de difusión de esa cultura rescatada. Demostraciones de artesanía, de música y baile, charlas coloquios, conciertos. De nuevo es el profesorado el que protagoniza esta labor, auxiliado por un alumnado que demuestra, de esta manera, su amor por el folclore alcarreño.
El último plano de actuación, simplemente por cuestiones de enumeración, es precisamente, el de la enseñanza. Hay que transmitir ese saber para que la tradición continúe, para que el conocimiento no muera. Así, de aquellos primeros pasos con las clases de música y baile, la Escuela ha extendido su abanico de enseñanzas pasando, en la actualidad, a ofrecer una amplia cartera de actividades.
Se puede optar entre la iniciación y perfeccionamiento a la música, al acordeón o el laúd, la carpintería, el encaje de bolillos, la alfarería, el canto tradicional… Son, en total, 14 especialidades organizadas en las áreas de Música y Baile, Artesanía y Danza. Y la cosa no va a parar ahí, porque la institución planea seguir creciendo. “Estamos en vías de implantar más disciplinas, aunque todo está un poquito en función de la demanda. El tema es ajustar presupuestos y espacios” afirma Miguel Ángel Martínez.
Todas estas enseñanzas congregan cada año a unas 600 personas, un alumnado variopinto al que no le se pone límite de edad. “Evidentemente la motivación cambia con los años” afirma Miguel Ángel Martínez “Los pequeños lo que quieren es aprender a tocar un instrumento. Luego hay otras personas que, una vez que han acabado su vida laboral, realizan disciplinas que siempre han querido pero que, a lo mejor, no han tenido tiempo o no han podido. A pesar de las distintas motivaciones, todos tienen ese amor por la cultura, la actividad creativa y la tradición” apunta Martínez .
Sociedad urbana
Lo señalábamos al principio, quizá sea la necesidad de recuperar esas raíces perdidas hace años, las que expliquen el éxito de la Escuela de Folklore. “Vivimos en una sociedad cada vez más urbana y eso nos desconecta de nuestro medio natural” afirma José Antonio Alonso, ex director de la Escuela.
Se trata, por tanto, de volver, de ser protagonistas, de fabricar, con nuestras propias manos, cosas de cerámica, madera o mimbre. Es saber zurcir la ropa antes de pedir, a las primeras de cambio, una nueva y esperar que te llegue el paquete. Sería bueno, quizá, aprender tocar un instrumento antes de quedarse embobado mirando youtube “La cultura tradicional puede ser útil si somos capaces de aprovechar la naturaleza, respetándola y aprovechando la sabiduría de nuestros ancestros para construir, con los conocimientos actuales, un futuro sostenible”, afirma Alonso, que dirigió la Escuela durante 17 años.
El desaparecido director de cine Bigas Luna expresó en una ocasión, en una entrevista, la necesidad de equilibrar la tecnología con la tierra. Decía que era necesario combinar lo digital con lo manual y lo natural. Tal vez sea esa, regresar a las raíces, la única forma de no volvernos locos ni estúpidos. Además, la recuperación de la tradición combina a la perfección con internet “cada momento tiene su cultura, ahora vivimos en el siglo XXI. Creo que hay ciertos aspectos de la tradición, de nuestro patrimonio cultural, que pueden ser útiles en el momento actual. Si sabemos adaptarlos y tratarlos con sentido crítico, desde el momento que nos ha tocado vivir, podrán servir a las nuevas generaciones” sentencia Alonso.
En ello sigue la Escuela Provincial de Folclore. Que sea, por lo menos, por otros cuarenta años.